Entre el pecado y la justicia: evidencia de haber nacido de Dios

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Muchos crecimos con definiciones de “pecado” asociadas a normas culturales: no ir al cine, no usar ciertos atuendos, no escuchar determinada música. Esas reglas pueden moldear conductas, pero no transforman el corazón. 1 Juan 3:1–10 nos devuelve a la raíz: la identidad. El evangelio no comienza con “haz mejor las cosas”, sino con “mira quién eres ahora”.

1. La identidad que antecede a la conducta

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.” (1 Jn 3:1)
Juan no dice “compórtense como hijos para ser hijos”, sino “son hijos”. La práctica de justicia fluye de esa filiación. Cuando cambiamos de raíz, el fruto cambia.

2. Pecado: de transgresión a poder destronado

En el Nuevo Pacto, el pecado no es solo acciones aisladas, es un poder que gobernaba al ser humano. Cristo lo venció en la cruz y nos trasladó de ese dominio al de la gracia. Por eso, “el que permanece en él, no peca” (no vive bajo el señorío del pecado). No es perfeccionismo, es nuevo gobierno.

3. Justicia: más que comportamiento, participación en la vida de Cristo

Practicar la justicia no es acumular méritos. Es vivir la vida del Hijo en nosotros. La justicia que practicamos es la que recibimos. Por eso, no oprimimos con reglas, invitamos a permanecer en Cristo.

4. Entre “lo religioso” y lo verdaderamente bíblico

Confundir tradición con revelación produce culpa crónica. Llamamos “pecado” a cortes de cabello o formas de vestir, pero ignoramos envidias, rencores y manipulaciones. La Biblia llama mal al egoísmo que rompe la comunión y bien a la justicia que se manifiesta en amor, verdad y dominio propio.

5. Evidencias prácticas de haber nacido de Dios

1. Amor concreto: restaurar relaciones, servir sin buscar aplausos.

2. Verdad interior: coherencia entre lo que creemos y elegimos.

3. Dominio propio: decisiones guiadas por el Espíritu, no por impulsos.

4. Esperanza activa: purificarnos “así como él es puro” (1 Jn 3:3), manteniendo la mirada en Cristo.

La vida cristiana no es una escalera hacia Dios, es la vida de Dios en nosotros. Nacidos de Él, practicamos la justicia. No para ser aceptados, sino porque ya lo somos en el Hijo.


Etiquetas

1 Juan 3, gracia, identidad en Cristo, santidad


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